--> La muerte de Francisco Romero, el seguidor radical del Deportivo de la Coruña, en una reyerta organizada entre iguales de su equipo, del Atlético de Madrid, Rayo Vallecano y Alcorcón no es la primera que inmiscuye al fútbol español, desgraciadamente puede que tampoco sea la última. Al fallecido le conocían como 'Jimmy'. Los que le acompañaban en la barbarie (en un bando u otro) operan bajo los pseudónimos de 'Riazor Blues', 'Frente Atlético', 'Bukaneros' y 'Alkor Hooligan'. Da igual la denominación o el supuesto color ideológico, son cerebros rapados en la mayoría de casos.
Un artículo de Jorge Segura (@jseguraclara).Seguir a @jseguraclara
El río Manzanares y el estado Vicente Calderón. Foto: El coleccionista de imágenes. |
Algunos
de los personajes que viven del mundo del fútbol o merodean en el
entorno, se han apresurado a intentar despojar de culpabilidad al
deporte rey. Son patéticos tergiversadores de la realidad,
mentirosos interesados o enfermizos y, sobre todo, inconscientes.
Tanto me da si son dirigentes, jugadores, entrenadores, periodistas o
meros aficionados. Claro que el fútbol es culpable, el principal de
hecho, porque alberga, acoge e incluso protege en muchos casos a
estos grupos de cobardes, violentos y en algunos casos asesinos.
Durante
décadas, los directivos han facilitado entradas a coste cero a estos
grupos de desalmados. Más allá, en innumerables casos, les han
puesto un cuartillo en el estadio propio para que guardaran parte de
su material de uso. Pancartas, banderas anticonstitucionales, armas
de batalla o cualquier otro enser que necesitaran los violentos.
Patético. Más allá de esa protección institucional, han sido
capaces de fomentar su existencia por acción u omisión. Capaces de
facilitar reuniones entre los líderes de estos reductos de majaderos
y los jugadores, además de ser incapaces de censurar públicamente
sus actuaciones, más bien lo contrario.
Los
jugadores tampoco están al margen, especialmente los más
representativos. Uno se harta de ver celebraciones en las que los
futbolistas se dirigen al rincón, curva o fondo del estadio donde se
encuentran estos ultras para, incluso, abrazarse a ellos en el
éxtasis del gol. Lamentable. Capaces de ir hacia ellos al terminar
un partido para agradecer no se sabe bien qué, regalarles las
camisetas, lanzarles un aplauso... Escandaloso. Por no hablar de
aquellos que acceden a hablar cuando reciben una de las amenazantes
visitas a sus lugares de entrenamiento. Yo he presenciado varias en
la ciudad deportiva de Paterna, tal cual la han sufrido en otros
clubes, la más llamativa la que llevó a un grupo de encapuchados a
suspender un entrenamiento del Atlético de Madrid no hace tanto
tiempo.
Al único entrenador que recuerdo plantarse por completo ante estos salvajes fue a Guus Hiddink. Siendo técnico del Valencia se negó a que su equipo comenzara un partido en Mestalla hasta que no retiraran una bandera con una esvástica. La mayoría, tal y como sucedió con el Cholo el domingo, no pone el énfasis y la contundencia necesaria en la condena. “Que si el fútbol no es el culpable, que si es sólo un problema cultural y educacional...”, milongas.
Los
periodistas, mi gremio, mis colegas. Frente a los que condenan
constantemente los gritos, los cánticos violentos, cualquiera de las
actuaciones antes referidas, aparecen unos cuantos que son capaces de
fotografiarse con estos ultras y alabarles en los medios donde
trabajan por su capacidad de animar un estadio o de cualquier otra
barbaridad por el estilo. Quizás por ser mi mundo en estos últimos
20 años, es lo que me resulta más asqueroso.
Tampoco
muchos de los aficionados que se dispersan por el resto de la
gradería de un estadio quedan libres de culpabilidad. Muchos se
animan a cantar lo que estos bárbaros les proponen desde una esquina
y otros cierran los ojos ante peleas o reyertas como las de este fin
de semana junto al Manzanares. Aun así, de todos los responsables
futbolísticos, me parecen los menos. Entiendo el miedo ante las
intimidaciones y amenazas de los radicales. Miedo que no exime de
actuación al resto de actores implicados, incluida la Prensa.
Por
último, los políticos. Aquí incluyo a los dirigentes de los
órganos deportivos del estado, las comunidades autónomas, los
ayuntamientos y las organizaciones futbolísticas. Siempre
sobrepasados, siempre tenues en la condena, siempre tardíos en las
medidas, siempre mal. Incapaces durante años de pedir una reforma
legislativa que condene con más dureza estos actos, lleguen o no al
asesinato. ¿A qué tenéis miedo? ¿O es sólo incompetencia? Sí,
claro que el fútbol es culpable. El principal culpable. Pero no el
juego en sí sino todas las personas que forman o toman parte en su
disputa. TODAS.
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