Ya
de camino por carretera, sonó el móvil: “Hola Jorge, cómo
andás”, era la inconfundible voz de Aimar. “Bien, Pablo, aún de
vacaciones. ¿Qué tal tú?”... A continuación me confirmó que
acababa de rescindir su contrato y que se marchaba al Zaragoza, que
si podía ir al día siguiente a la ciudad deportiva, pasaría a
recoger sus últimos trastos, despedirse de la gente y quería darme
la última “nota” (entrevista). Entonces yo trabajaba en Canal 9,
habíamos hecho muchos reportajes, nos unieron diversas
circunstancias desde hacía 6 años, existía mutuo respeto,
confianza y cariño. Me dolió en el alma no poder acudir a la cita.
Me disculpé y fue mi compañero Vicent Sempere (Aimarista
convencido) quien le tomó esas últimas declaraciones como
valencianista. Se fue casi en silencio, prácticamente sólo…
Su
llegada en el año 2000 fue todo lo contrario. A la firma de un
traspaso desde River Plate que se cerró casi a las tres de la
madrugada, le sucedieron portadas en todos los diarios deportivos,
recibimiento de cientos de aficionados y medios de comunicación en
el aeropuerto de Manises y debut soñado ante el Manchester United en
Liga de Campeones. El Valencia había fichado a la gran promesa del
fútbol argentino y Mundial. El ‘Cai’, el ‘Payasito’,
‘Pablito’… daba igual el apodo.
Su juego transmitía alegría y
Maradona le señalaba como el sucesor. Llegó para liderar un
proyecto que a punto había estado ya de ser Campeón de Europa y que
se había asentado solo unos meses antes con compañeros como Ayala,
Deschamps, Baraja….
Desde
el primer momento se vio que era tan bueno, pensaba y jugaba tan
rápido que no iba a conectar bien con el equipo de Cúper.
Construido para la defensa y el contragolpe, Pablo no terminaba de
ensamblar. Aun así y pese a la juventud, se hizo indiscutible y
sólo la tanda de penaltis de Milán le apartó de la gloria nada más
llegar.
Con
Rafa Benítez dio la sensación de alcanzar su mejor momento.
Decisivo en la primera Liga con goles bellos y decisivos como el de
Tenerife y horribles y más decisivos como al Deportivo. Eje del
ataque de un equipo campeón y sólido. Cuando más y mejor se
alineaba, con experiencia ya de sobra y asentado en el país, las
lesiones empezaron a martirizarle. Especialmente la de pubis, que le
alejó de la titularidad en la temporada del doblete y le impidió
brillar mucho más hasta su marcha.
Futbolísticamente
Pablo no sólo quedará ligado a la mejor etapa hasta ahora del
Valencia. Aimar repartió profesionalidad desde su llegada, se partió
literalmente la cara aquel día en que su tocayo en el Atlético de
Madrid le pateó involuntariamente la cabeza, sufrió una meningitis…
de todo. Pero, fundamentalmente, dejó talento y alegría a muchos en
el campo con aquel ‘caño rodado’ o la rabona que inventó en un
derbi contra el Levante y que sólo el palo impidió que se
convirtiera en uno de los mejores goles de la historia. Con otra
buena parte de los aficionados, como le sucedió en muchos momentos
con el estilo de juego de su equipo, simplemente no conectó. Así es
el fútbol.
Aimar
no es seguramente uno de los mejores de la historia porque tampoco le
interesaba. Pablo jugaba al fútbol por diversión, por amor al
juego. Lo hizo desde pequeño y quizás eso le hizo llegar tan lejos.
No luchaba por mejorar estadísticas personales, lo hacía por bailar
con el balón, hacerlo llegar al compañero mejor colocado y marcar.
Ganar, pero no de cualquier manera. Triunfar divirtiéndose y
divirtiendo. ¿Acaso hay algo mejor?
Puede
que por ello su mejor amigo en el fútbol fuera Riquelme. Otro que
jugaba por el hecho de disfrutar. Igualmente tímidos, siempre
recordaré sus conversaciones en el túnel de vestuarios de El
Madrigal, aún sin ducharse, medio desvestidos y sentados en el
suelo… hablando del partido y, sobre todo, de la vida.
Aquí
es donde Pablo sí marcaba las diferencias y se convertía en el
número uno, en comparación con el resto de compañeros de
profesión. Inteligente, culto, lector empedernido, amante de la
música, del teatro y del cine. Gran admirador y amigo de Ricardo
Darín (que le profesaba la misma devoción), no se perdía una de
sus obras cuando pasaba por Valencia. Aimar prefirió vivir en el
centro de la ciudad, la sintió y la disfrutó, pese a que salir le
costaba por el agobio constante de la gente que le idolatraba.
Sin
embargo, se escapaba de tanto en tanto para disfrutar de la mejor
lasaña o helado… para eso y para estar cerca de los niños. Porque
cuando nadie le veía, Pablo pasaba unas cuantas horas en la planta
de oncología de la Fe o de algún que otro hospital local, siempre
con la promesa de que no le darían publicidad a sus visitas para
animar a los chavales. Así es Aimar.
Entiendo
el debate futbolístico que generó en Valencia. Entiendo que si
hubiera caído en otro equipo con otras condiciones, seguramente
hubiera sido más grande. En el campo, la mejor definición es que
sea el ídolo de Leo Messi, poco más se puede añadir. Yo aprendí a
disfrutarlo en el terreno de juego, pero aún más fuera de él.
Ahora recuperará su vida y al fútbol… al fútbol seguirá jugando
como siempre, para divertirse.
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