"" noviembre 2014 ~ El Chut <br> Expertos deportivos

"Que quien se calla cuanto me callé
no se podrá morir sin decirlo todo.".

José Saramago.

Aquí no dimite ni Dios

Perdonen la blasfemia, pero Dios también habría de dimitir de su cargo divino, si es verdad aquello que Alejandro Blanco afirmó en su condición de muy respetable presidente del Comité Olímpico Español. "Dios va con Madrid", dijo muy ufano. Qué cosas tiene el señor Blanco. Dios, ya se sabe, carga con demasiadas responsabilidades, y uno no puede pretender que se ponga siempre de su lado.

Ganó Wimbledon, perdió la “Batalla de los Sexos”

Este 25 de octubre se han cumplido 18 años del fallecimiento de una de las personas que más ha contribuido al progreso del tenis femenino y también a la igualdad de premios de la que tanto se habla en la actualidad.

Novelismo (I): “El germen de la traición”

Pateaban un balón de fútbol contra una pared, igual que cuando contaban apenas doce años. Se entendían sin palabras y agradecían mutuamente el silencio con el que se comunicaban. Pep Guardiola y Tito Vilanova hacían tiempo antes del entrenamiento de la mañana.

Mi futbolista favorito

Habría que recordar más a menudo la razón que convierte al fútbol en el más universal de los deportes: el fútbol es lo que es porque lo juegan niños de toda condición, y los ricos pocas veces son los mejores.

La decisión

"¿ Todos los días tomamos decisiones. Es inevitable. Prácticamente desde el primer momento, al despertar, cuando escoges poner primero un pie u otro en el suelo. La mayoría son nimias. "

26 noviembre 2014

Leo, Messi, él mismo y sus circunstancias

--> ¿Por qué juega bien Messi el día que juega excelsamente bien? ¿De qué depende que le salga un partido magnífico o uno apenas bueno? ¿De dónde le vienen la inspiración y la efectividad, por qué no las encuentra a veces? A grandes rasgos, existen dos teorías al respecto: unos sostienen que Leo es siempre el mismo, que todo depende de la disposición de las piezas sobre el césped y de los espacios que éstas fabriquen para él; otros esgrimen el argumento psicológico, el que habla de la frágil genialidad de un superdotado capaz de hacer virguerías cuando se divierte, genio amodorrado con facilidad si el hastío o la inquietud se apoderan de él. 

Un artículo de Sergio M. Gutiérrez.

Foto: Nacho.
     Ambos argumentos creen encontrar refuerzo empírico cada pocos días. Si Messi marca menos goles que de costumbre, si el equipo se atasca y su líder no halla soluciones, proliferan las informaciones acerca de la infelicidad reciente del argentino en Barcelona, de sus líos con Hacienda, del maltrato de una junta directiva de dudosa honorabilidad, de su intención de abandonar el Barça quizá ya el próximo verano; serán menos en este caso quienes crean ver en el sistema de juego de Luis Enrique las razones de tanto desatino, Messi enjaulado, recibiendo la pelota demasiado retrasado, alejado del área, obligado a hacer a diario la de Maradona contra Inglaterra, pase del Negro Enrique incluido.

     Si por el contrario Messi logra dos tripletes consecutivos, si supera con ellos sendas plusmarcas históricas y encabeza la reacción colectiva de sus compañeros tras el peor tramo de la temporada, se multiplican las alabanzas al genio sin par del mejor futbolista de la historia. Los agoreros de la semana anterior esconden los sellos lacrados y afirman sin rubor que Leo de repente es feliz y que eso se le nota, o si acaso que está enrabietado después de tragar tanta porquería mediática. Concluyen que marca goles como quiere y cuando quiere, que vaya manera la suya de presionar en banda, incluso en el propio córner, que antes no corría así y que algo ha cambiado en su cabeza. Y lo presentan casi como un superhéroe caprichoso que sólo salvará a la humanidad si la humanidad le promete una piruleta.
     Serán menos, en este segundo supuesto, los que expliquen que su técnico ha retocado las interacciones de los tres delanteros, que ahora trabajan todos por dentro y por fuera, que los medios se han juntado, que el equipo es más compacto, que de algún modo el Barça vuelve a jugar con extremos y que eso produce espacios para que Leo resuelva. Serán pocos también los que reparen en la escasa oposición de los dos últimos rivales, el decepcionante Sevilla de Emery y el débil Apoel.
     Los defensores de la línea mentalista proclaman que las casualidades no existen. Messi ha hecho tres goles cada vez que ha llegado la hora de superar un récord: los marcó para adelantar a César y convertirse en el máximo realizador culé, repitió para batir a Di Stéfano como máximo anotador del Clásico, los hizo para mejorar la cifra de Zarra en Liga y sumó también tres el día en que dejó atrás los 71 tantos de Raúl en Copa de Europa. Demasiada coincidencia. Demasiada autorregulación en los datos de kilómetros recorridos por partido. Demasiado desinterés según el rival. Algo ha de haber en esa cabeza que se activa sólo cuando le viene en gana.

     Los pulcros abanderados de la línea tacticista, sin embargo, hablarán de la constancia sin par de Messi, de su cifra de asistencias, de su probada generosidad con Neymar. Recordarán los años de gloria con Guardiola, renegarán del regreso de Leo a la banda, pronunciarán con solemnidad la expresión "juego posicional" y se mostrarán insatisfechos con el trabajo técnico del Tata Martino y con la propuesta inicial de Luis Enrique.

     Ambas escuelas son dueñas de la razón, ambas limitadas y con riesgos. Si creemos que el crack juega cuando quiere, si reducimos su rendimiento a una cuestión psicológica, eliminaremos de la ecuación la principal obligación de un entrenador del Barça: generar contextos adecuados para Messi, acabar con la complacencia del compañero que le da la pelota y se detiene a mirar. Si creemos, por el contrario, que Leo no puede hacerlo todo, si reducimos su rendimiento a una cuestión táctica, eliminaremos de la ecuación la principal obligación de todo empleado del Barça (desde el presidente al último barrendero): hacer feliz a Leo.


Escribe para 'El Chut': Sergio M. Gutiérrez (@sergiomguti)

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20 noviembre 2014

El fútbol y el Día del niño

--> 20 de noviembre. Hoy es el día del niño. Hace unos años, mezcla de intensidad laboral y de tiempo libre, habría sabido de la efeméride mucho antes. Esta mañana me lo ha recordado algún tuit, especialmente aquellos de las cuentas de Save the Children y Unicef. No es insensibilidad, es cuestión de realidad. Desde el 29 de enero de 2009, para mí cada uno de los días del año, con todo lo que ello conlleva, pasaron a ser el del niño. Aquella noche nació mi hijo Álvaro y todo cambió.

Un artículo de Jorge Segura.

Foto: Hammer_Fotos.

     A partir de su llegada haces todo lo que jamás pensaste y viceversa. Desde lo básico a lo complejo. La paternidad es lo único para lo que no te preparan. No me extraña. Es imposible. Lo siento por los gurús de los cada vez más numerosos libros sobre cómo educar y comportarte como progenitor. Casi seis años después, y con Javier también ya entre nosotros desde hace dos, tengo la experiencia suficiente para reírme y hacer alguna pedorreta respecto a esas ‘biblias’. Sí, yo dije que nunca metería al niño en mi cama si lloraba constantemente… pues lo hice. Sí, yo afirmé que jamás correría detrás de él en el parque, bocadillo en mano, obligándole a merendar… también lo hice (hago). Sí, yo juré y perjuré que jamás le daría un azote (pequeño) en el culo cuando se portara mal… y también lo hice… y me dolió, claro. Porque no hay nada que te duela más desde su nacimiento que verlo llorar, incluso si lo merece por desobediente.
     Por lo que has vivido como hijo en tu etapa de niño, adolescente o adulto, hay escasas promesas de las que te haces antes de convertirte en padre que luego realmente llegues a cumplir. Es como ese reiterativo propósito de Nochevieja que siempre se desvanece en la mañana de año nuevo. Sin embargo, hay uno que me empeño en mantener firme.
     Unos minutos antes de que Álvaro naciera, mientras mi mujer sufría las primeras contracciones fuertes en la sala de dilatación, escuché un quejido de lamento unos metros más allá. No, no era otra chica esperando alumbrar, era el anestesista, contrariado y cabreado porque el Sevilla había marcado el 2-1. Acababa de eliminar al Valencia de la Copa del Rey. Normalmente, yo debía haber comentado ese partido, hasta que mi hijo decidió adelantarse casi dos meses a su tiempo. Me sorprendió lo indiferente que me quedé ante el hecho deportivo. Durante 10 años, el 80 por ciento de mi tiempo de cada jornada y durante más de 300 al año, dependían de eso. De los goles, de las paradas, las canastas, los fallos, las lesiones, las declaraciones… y en ese momento, me importaba un pepino.

     La cosa ha ido más allá desde entonces. Cualquier cosa referente a Álvaro o Javier tiene preferencia. Incluso estando en el paro, el tiempo que otros compañeros en la misma situación lo vuelcan a formarse, yo prefiero dedicarlo a estar con mis hijos. Entiendo a quien pueda pensar que es una incongruencia. Aún más si conocen que insisto y favorezco que Álvaro no juegue al fútbol. No quiero.

     Aunque realmente no es del todo así. A mi me encanta verle jugar con sus amigos en el parque. Si es que pueden. Porque ahora ya ni en los parques les dejan jugar a la pelota. En la mayoría te topas un cartel de prohibido. No te cuento ya en las plazas, glorietas, calles… Difícil lo tienen hasta en los patios del colegio, donde ya se ha perdido aquella costumbre de jugar seis partidos a la vez, con niños corriendo de un lado a otro, entremezclados, pero perfectamente conocedores de dónde estaba su portería y la del rival entre tanta maraña de equipos y balones… Todo eso casi ha desaparecido. Ahora si quieres jugar al fútbol debes apuntarlo a una escuela o club, ¡¡¡con 4 años!!!

     En realidad, y más allá de cómo se eduque futbolísticamente a los niños ahora, a mi me encantaría que ninguno de mis hijos fuera profesional de cualquier deporte. Tras años viviéndolo desde dentro y observando el desgaste físico y, principalmente, psicológico al que terminan sometidos los deportistas (mi respeto a casi todos), es mi principal conclusión. Sé que muchos de ellos no estarán de acuerdo. Aún más, sé que la mayoría de padres tampoco. Pero más allá del envoltorio que ven a diario en cualquier estadio, pabellón, carretera, medio de comunicación… invitaría a cualquiera a ver lo que realmente hay y esconde cada competición de cada fin de semana. Más allá del dinero, que ganan muy pocos por cierto, la fama o los privilegios.

     No es que el fútbol sea especialmente terrible en ese sentido. Es simplemente el deporte que más se practica en este país. Hay más gente y, por lo tanto, hay más de todo. Bueno y, claro, malo. No hay más que acercarse un fin de semana a cualquier competición de chavales para comprobarlo. La agresividad verbal, que a veces se convierte en violencia y en unos cuantos casos llega a la física, resulta asquerosa. Y, desgraciadamente, eso se traslada con otros muchos aspectos más peligrosos conforme se avanza en las edades y las competiciones oficiales. Incluyendo amaños, desfalcos fiscales y otras tantas vergüenzas ya en el ámbito profesional. Incluidos los espectáculos mediáticos, especialmente televisivos, de algunos en los últimos años. Prima el insulto y la mentira. Y no, yo no quiero eso para mis hijos.

     Me encanta que hagan deporte como yo lo hice (y lo hago). Practiqué fútbol, judo, tenis y baloncesto (incluso tenis de mesa) de forma bastante seria e intensa. Comprometida incluso hasta pasada la adolescencia. Me encantan los valores de compañerismo, esfuerzo, pasión… que te transmite cualquiera de ellos. Hasta una edad. Porque, curiosamente, hasta una edad las normas de las competiciones protegen a los niños. Seas mejor o peor, has de jugar, lo dice el reglamento. Pero incluso siendo aún muy niños, llega un momento donde las normas desaparecen. Ya sólo juegas si eres bueno. Si no, no juegas. Qué duro debe ser esto para un niño, verdad.

     Sé que hay muchas de las personas implicadas ahora en esas escuelas y clubes que piensan igual e intentan cambiar las cosas, mejorarlas. El C. A. Amistat de Valencia de mi amigo Fermín Rodríguez es un excelente ejemplo. Pero, desgraciadamente, y por lo que veo sigue siendo una minoría. Además, y con todo el respeto, los referentes a los que puedes acudir para poner ejemplos a tus hijos de entre los profesionales, siguen cayéndose por su propio peso. Entre ver y escuchar a Rafa Nadal y Pau Gasol o a Cristiano Ronaldo y Leo Messi, discúlpenme los futboleros pero no tengo dudas.

     Creo en el fútbol como juego, divertimento y deporte. El que enseña valores de comportamiento en grupo y compañerismo, que supone una esperanza para muchos niños que no tienen nada… pero me apena que todo eso acabe tan pronto, que lo desvirtuemos y que lo corrompan quienes lo gestionan y manejan como un negocio desde demasiado pronto. Y aquí lo dejo, me marcho al parque a jugar al fútbol con Javier y Álvaro, antes de que algún iluminado decida poner un cartel de ‘prohibido jugar con la pelota’.


Escribe para 'El Chut': Jorge Segura (@jseguraclara)

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