--> ¿Por qué juega bien Messi el día que juega excelsamente bien? ¿De qué depende que le salga un partido magnífico o uno apenas bueno? ¿De dónde le vienen la inspiración y la efectividad, por qué no las encuentra a veces? A grandes rasgos, existen dos teorías al respecto: unos sostienen que Leo es siempre el mismo, que todo depende de la disposición de las piezas sobre el césped y de los espacios que éstas fabriquen para él; otros esgrimen el argumento psicológico, el que habla de la frágil genialidad de un superdotado capaz de hacer virguerías cuando se divierte, genio amodorrado con facilidad si el hastío o la inquietud se apoderan de él.
Un artículo de Sergio M. Gutiérrez.Seguir a @sergiomguti
Foto: Nacho. |
Si por el contrario Messi logra dos tripletes consecutivos, si supera con ellos sendas plusmarcas históricas y encabeza la reacción colectiva de sus compañeros tras el peor tramo de la temporada, se multiplican las alabanzas al genio sin par del mejor futbolista de la historia. Los agoreros de la semana anterior esconden los sellos lacrados y afirman sin rubor que Leo de repente es feliz y que eso se le nota, o si acaso que está enrabietado después de tragar tanta porquería mediática. Concluyen que marca goles como quiere y cuando quiere, que vaya manera la suya de presionar en banda, incluso en el propio córner, que antes no corría así y que algo ha cambiado en su cabeza. Y lo presentan casi como un superhéroe caprichoso que sólo salvará a la humanidad si la humanidad le promete una piruleta.
Serán menos, en este segundo supuesto, los que expliquen que su técnico ha retocado las interacciones de los tres delanteros, que ahora trabajan todos por dentro y por fuera, que los medios se han juntado, que el equipo es más compacto, que de algún modo el Barça vuelve a jugar con extremos y que eso produce espacios para que Leo resuelva. Serán pocos también los que reparen en la escasa oposición de los dos últimos rivales, el decepcionante Sevilla de Emery y el débil Apoel.Los defensores de la línea mentalista proclaman que las casualidades no existen. Messi ha hecho tres goles cada vez que ha llegado la hora de superar un récord: los marcó para adelantar a César y convertirse en el máximo realizador culé, repitió para batir a Di Stéfano como máximo anotador del Clásico, los hizo para mejorar la cifra de Zarra en Liga y sumó también tres el día en que dejó atrás los 71 tantos de Raúl en Copa de Europa. Demasiada coincidencia. Demasiada autorregulación en los datos de kilómetros recorridos por partido. Demasiado desinterés según el rival. Algo ha de haber en esa cabeza que se activa sólo cuando le viene en gana.
Los pulcros abanderados de la línea tacticista, sin embargo, hablarán de la constancia sin par de Messi, de su cifra de asistencias, de su probada generosidad con Neymar. Recordarán los años de gloria con Guardiola, renegarán del regreso de Leo a la banda, pronunciarán con solemnidad la expresión "juego posicional" y se mostrarán insatisfechos con el trabajo técnico del Tata Martino y con la propuesta inicial de Luis Enrique.
Ambas escuelas son dueñas de la razón, ambas limitadas y con riesgos. Si creemos que el crack juega cuando quiere, si reducimos su rendimiento a una cuestión psicológica, eliminaremos de la ecuación la principal obligación de un entrenador del Barça: generar contextos adecuados para Messi, acabar con la complacencia del compañero que le da la pelota y se detiene a mirar. Si creemos, por el contrario, que Leo no puede hacerlo todo, si reducimos su rendimiento a una cuestión táctica, eliminaremos de la ecuación la principal obligación de todo empleado del Barça (desde el presidente al último barrendero): hacer feliz a Leo.
Escribe para 'El Chut': Sergio M. Gutiérrez (@sergiomguti)
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