: Sergio M. Gutiérrez.
Sí, creo preciso recordar quién era Sergi Roberto hace cuatro años y medio, cuando
Pep Guardiola lo presentó en sociedad en unas semifinales de
Copa de Europa... y contra el
Real Madrid. Entonces se decía de él que se trataba de un centrocampista 'box to box', de largo recorrido, conducción exquisita y zancada poderosa. Se exaltaban sus pulmones y su llegada al área rival porque ésas eran desde luego sus virtudes más vistosas; pero el comentario acabó convirtiéndose en lugar común, y tantas veces se omitió su formación en
La Masia, su capacidad como futbolista de dos toques, que muchos acabaron por olvidarla.
Pep jamás hubiera apostado por un centrocampista negado con la pelota, de los que no saben asociarse.
Tito creía en las cualidades de Roberto. Le encajaba de maravilla en su Barça amplio, con espacios para
Messi, para
Cesc, con espacios también para el rival. Pese al superávit de calidad con el que contaba en las dos posiciones de interior (
Xavi,
Iniesta,
Cesc,
Thiago), le ofrecía de cuando en cuando minutos de rotación.
Vilanova lo probó incluso como pivote, en el puesto de Sergio Busquets, y acabó satisfecho con el experimento. Aquella facilidad para jugar sencillo también en esa complicadísima posición sorprendió más que a nadie a uno que sufría horrores cuando la ocupaba: Javier Mascherano declaró que Sergi Roberto era su futbolista favorito de toda la cantera culé.
Entonces llegó
Martino, y la vida volvió a dar un vuelco. Su Barça intentó mantenerse fiel a una idea cada vez peor recordada por quienes habían de ejecutarla, fiel también a unas jerarquías cada día con menos razón de ser.
Thiago se marchó al Bayern (
o lo invitaron a salir), y Roberto ocupó su lugar en la plantilla; así que el Tata se vio en la obligación de exagerar los elogios que todos habían prodigado siempre a ese centrocampista de tanto futuro. Sin embargo, a la hora de utilizarlo sólo veía en él dos buenas piernas para correr cuando los de siempre estaban agotados.
Y Sergi tuvo que cambiar de nuevo el chip: ya no era el futbolista elegante de Pep, nada que ver con el todocampista de Tito; ahora se había convertido en un chico sin calidad pero con buen físico. Y con esa actitud voluntariosa saltaba al campo, dispuesto a dejarse el alma en cuatro carreras, qué más daba si por el centro o pegado a una banda. Él era un simple apósito, munición contra el enemigo en el mejor de los casos. Casi debía agradecer al cielo compartir mesa y mantel con sus ilustres compañeros.
Muchos creían que
Lucho apostaría como Pep por los chicos procedentes del segundo equipo; que se la jugaría con un
Tello o con un
Cuenca a la hora de la verdad; que promocionaría por fin a
Montoya, a
Bartra, al mismo
Sergi Roberto. Quién sabe si en otra coyuntura lo hubiera hecho. La realidad nos dice que pidió a
Mathieu y
Vermaelen porque no se fiaba de
Bartra; que toleró a
Douglas y lo acabó anteponiendo a
Martín Montoya; que
Sergi Roberto conservó su papel marginal (como interior de recorrido, como pivote ocasional)... hasta que las bajas y la sanción FIFA le ofrecieron otra extraña oportunidad.
El
Sergi Roberto lateral es una solución de emergencia, nada más. Si el chico de Reus tiene un defecto, es sin duda su lenta aceleración desde parado. Un extremo perspicaz se lo merendaría sin la ayuda permanente de un central rápido (Mascherano) siempre al quite en su espalda. Y, pese a todo, Roberto sigue cumpliendo. Hace gala de una inteligencia posicional pocas veces vista, e incluso ofrece un notabílismo nivel en fase ofensiva gracias a los conceptos mamados durante toda la vida en una de las mejores escuelas de fútbol del planeta.
Tal es su recorrido con 23 años: joya de La Masia, medio exquisito para Pep, todocampista para Tito, piernas para el Tata, recurso de emergencia para Lucho. Muchos afirman estos días, errados a más no poder, que el chaval ha encontrado por fin su identidad. Siguen sin tener ni idea de quién es
Sergi Roberto.
(Lo sorprendente es que él aún no se haya vuelto loco, que no se haya echado a perder).