--> El deporte rey. El fútbol. Seguramente ningún otro despierte tantos instintos y tan diversos en el mundo. Concentraciones masivas en los estadios, en los bares, en cualquier hogar... en plena calle. Pocos mueven las cantidades económicas que revolotean entorno a esta práctica centenaria, que gira alrededor de una pelota y de (habitualmente) veintidós tipos que se la disputan para meterla en una 'jaula'. Tanto tiene de histórico como de presente, pero quizás no tanto de futuro. Porque el fútbol sigue empeñado en vivir de espaldas a la evolución que revoluciona el mundo en sí, seguramente porque sigue gobernado por dinosaurios empeñados en mantener no sé cuántos códigos, un buen puñado de reglas obsoletas y, básicamente, cientos (puede que miles) de estómagos agradecidos, de barrigas prominentes.
Un artículo de Jorge Segura (@jseguraclara).Seguir a @jseguraclara
Viejo estadio de Atocha. |
En la era de la imagen, este apasionante deporte renuncia a ella. Bueno, no a
toda. El negocio continúa siendo el negocio. Así que las grandes ligas y
competiciones de clubes o selecciones a gran escala, sí que se manejan por los
ingresos que tienen unos u otros de las cadenas o productoras que adquieren los
derechos de retransmisión. Los hay más democráticos como en Inglaterra, donde
el reparto entre los participantes es más equitativo. Los hay dictatoriales
como en España, donde los ricos cada vez lo son más porque siguen recibiendo
más que el resto.
Pero, más allá del necesario abastecimiento, la utilización de la tele no interesa mucho a los futboleros. Son unos románticos.
Mientras otros grandes deportes de masas como el baloncesto o el fútbol americano ya han incorporado hace tiempo la utilización de las repeticiones de
imágenes para que los árbitros puedan corregir errores graves o, al menos,
dilucidar el resultado real de una acción comprometida, los futboleros, los de
verdad, los de toda la vida, se empecinan en ni siquiera darle uso a
posteriori. Lo que pasa en el campo, se queda en el campo. Y tan panchos. Da
igual si lo que ha ocurrido es algo que puede decidir un resultado, acabar con
la carrera profesional de un compañero por sufrir una grave lesión o si se
cometen faltas de respeto a uno o varios miles de personas. Ni me molestaré en
dar ejemplos. Con echar un vistazo a las imágenes de los últimos veinte días
basta.
A la negación máxima y el absurdo constante, se añade la utilización posterior y la repetición hasta la saciedad de esas imágenes en momentos y días posteriores por los diferentes programas televisivos de debate, las webs deportivas.... es la polémica, la salsa del fútbol que dicen también los futboleros de toda la vida. Entiendo que si por ellos fuera, aún se jugaría en campos de tierra, con gradas de cemento y una retahíla de tópicos balompédicos.
No es que yo pretenda que todo cambie. Es más, comparto la idea de que
ciertos aspectos del juego y lo que le rodea se mantengan inalterables. Como
sucede en tantas otras disciplinas, eso es lo que sigue protegiendo el deporte
en sí y dándole ese carácter heroico en ciertos momentos. Pero más allá de unos
pocos puntos, el inmovilismo restante me resulta desesperante y me aburre. Casi
tanto como el ochenta por ciento de los partidos en sí. Insoportables de ver
por escasos de calidad, de velocidad y finalmente, de pasión. Sólo dos
cuestiones comprendo a los que se tragan 93 minutos que viene a durar un suplicio
de estos: que juegue tu equipo o estés enfermo. Ya he comentado en otros
artículos las necesidades de modificar ciertas reglas para que el juego
evolucione, pero sé que no lo hará. Les da igual. A los estómagos agradecidos
el negocio les sigue funcionando.
Al menos en ciertas ligas adoptarán la próxima temporada el famoso 'Ojo
de halcón', que ya se utiliza en tenis desde hace años para saber si una bola
dudosa finalmente toca la línea o no. Los futboleros le darán uso en los goles
fantasmas, algo es algo, aunque como todos sabemos jugadas de este tipo en una
temporada regular hay pocas, muy pocas.
Escribe para 'El Chut': Jorge Segura (@jseguraclara)
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