--> A mi hijo Álvaro no le gusta el fútbol. Le gusta chutar conmigo, con su abuelo Pedro, y lo hace bastante bien. Fuerte y con el empeine, con cierto estilo para tener sólo 5 añitos. Pero cuando le toca jugar con sus amigos, pasa del todo. No le va correr tras el balón, meter la pierna, pelear por él… Si pones la tele y hay partido, algo inevitable cada uno de los 7 días de la semana y de los 365 del año, es incapaz de aguantar más de un minuto antes de pedir el evidente paso a los dibujos. No me extraña. Seguro que a muchos otros papás y mamás periodistas, que se dediquen al periodismo deportivo centrado en el fútbol, les ocurre algo similar. Los niños asocian el día de partido a que desaparecemos de sus vidas por unas cuantas horas.
Un artículo de Jorge Segura (@jseguraclara)Seguir a @jseguraclara
Un bebé observa atentamente un Brasil-Australia de Copa del Mundo. Foto: robotpolisher. |
A Lucía, que es un
poquito mayor que Álvaro, le ocurre lo contrario. A ella le encanta
el fútbol. Su mamá también es periodista pero su trabajo va
dirigido más a la actualidad política, pobrecita mía. Así que
Lucía no sufre esas ausencias. A ella le encanta ver los partidos,
acudir al estadio y lo pasa fatal cuando mamá la castiga sin poder
ir al campo. Lloró cuando su ídolo se marchó a otro equipo y se
pone triste con cada derrota. Tiene pasión por el deporte.
Lo curioso es que a Lucía
y Álvaro les une su equipo. Los dos son del Valencia. Álvaro
realmente lo dice como algo mecánico cada vez que le preguntan,
imagino que bien instruido por los amiguitos del cole que sí son muy
valencianistas. De hecho Álvaro sólo fue a ver un partido en
directo, un Levante-Rayo en el estadio Ciudad de Valencia y porque
quería ver dónde trabajaba su padre.
En el valencianismo de
Lucía no hay nada de mecánico. Su sentimiento es puro, pasional,
vital casi. Se lo inculcaron desde pequeñita y crece cada día más.
Sueña con poder hacerse una foto con sus jugadores en Mestalla y verles ganar cada partido. No hay más que ver una de sus fotos
posando en la grada del estadio. Descubres ese brillo de ilusión en
sus preciosos ojos.
Son dos formas de entender el valencianismo de dos niños diferentes. Realmente nada hay de malo en la interesada de Álvaro por mantenerse fiel a sus amigos. Y claro que nada puede haber de malo en la pasional de Lucía. Son niños y todo evolucionará con naturalidad.
El problema existe cuando
esas dos formas de entender el sentimiento por un club afectan a los
mayores.
De un lado aquellos que más o menos disfrazados de valencianistas (me agarro a la metáfora madridista de Mourinho) defienden intereses personales. Da igual si económicos o puramente ególatras. Si se trata de recaudar lo invertido o de asentarse en la poltrona y no dejar de aparecer en la televisión. Tan dañinos para el club unos como otros. Ellos disfrazan de valencianismo su interés y engañan a muchos, aunque seguramente no a todos los que nada tienen de máscara. Con el resto no va el truco o trato del ‘Halloween’ norteamericano. Ellos son valencianistas de cuna y ponen toda la pasión. Tanto que a veces deciden tomar parte de un bando u otro, cuando realmente alguien debería advertirles que los dos bandos están equivocados. Corrompidos.
Realmente, huyendo de
cualquier demagogia y viendo la situación genérica de los que me
rodean, poco me importaría lo que decidieran.
Pero da la casualidad de
que me dedico a esto y por si fuera poco, que me importa el futuro
del equipo que vaya a vivir Lucía. Porque no quiero que llore si un
día su mamá le tiene que decir que su Valencia tardará en jugar
contra el Real Madrid o el Barça. Porque me importa que los amigos
de Álvaro no sufran lo mismo. Aunque a Álvaro no le guste el
fútbol.
Escribe para 'El Chut': Jorge Segura (@jseguraclara)
Seguir a @jseguraclara
Pinche aquí para consultar otros artículos de Jorge Segura.
Comparte este artículo:
0 comentarios:
Publicar un comentario