--> A Deco lo descubrí en una maravillosa final de la UEFA frente al Celtic de Glasgow del gran Henrik Larsson. Por mucho que el pequeño sueco hiciera (e hizo mucho, anotando dos goles de cabeza) o Martin O´Neil se dejara la piel tapando los espacios a Deco, el brasileño nacionalizado portugués siempre encontraba algún resquicio por donde pasar el balón al compañero y dejarle solo delante del portero.
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Deco, con su primera Champions. |
Al año
siguiente, Champions League. Trofeo que parecía destinado al Real
Madrid y que una noche aciaga en Mónaco despojó de toda opción al
título. La Champions de Deco. Es verdad que Deco luego ganó otra
Champions con el Barcelona, pero no tuvo la omnipresencia que tuvo
con la del Oporto. Era el mejor de Europa en ese momento, dominaba
todos los partidos y era diferencial en ellos. Pura clase sobre el
terreno de juego al servicio de un orden táctico.
Y es
que Deco no era Xavi o Pirlo, encargados de dominar a base de
posesión al rival, ni siquiera un Scholes con llegada, mucho menos
un Makelele venido a más. Deco aunaba una precisión exquisita en el
golpeo como sentido táctico a todas sus acciones. No era rápido
pero no lo necesitaba. Siempre sabía dónde colocarse para evitar
que el contrario desplazara el balón. Con todo ganado, se fue a
Barcelona, donde fue el sargento de Xavi y Ronaldinho, el que por un
tiempo ponía el nexo entre el rigor cartesiano de La Masía y la
magia brasileña.
Deco supo ser el perfecto segundo, el necesario (igual que fue posteriormente Andrés Iniesta), el que permite que todo funcione bien, el guardián entre el centeno del Barcelona, quien permite una regularidad en el tono del equipo.
Volviendo a ganar la Champions,
Deco y el Barcelona iniciaron una autocomplaciencia que acabó con
sus huesos fuera del Camp Nou, destino Londres, donde el Chelsea,
verdugo en otra época (el infame Stamford Beach) requería sus
servicios, con Scolari al mando.
Felipao,
que ya lo mandó a filas para enrolarle con Portugal para la disputa
de esa Eurocopa que tenían grabada a fuego Luis Figo y Rui Costa y
que acabó en manos de Charisteas (caprichoso mundo este del fútbol),
necesitaba remodelar un equipo que zozobraba tras la marcha de
Mourinho. Scolari no pudo enderezarlo, pero Deco pudo disfrutar de la
Premier antes de dejar Europa y comenzar su retiro en el Fluminense.
Probablemente
Deco no fuera un 10 en nada, pero nunca bajó del 8 (siempre y cuando
él quería). Dominaba todos los escenarios posibles, mutaba en
guerrilero o mecía al rival, golpeaba desde la frontal (esos goles
rebotando en el contrario son Marca Deco) a balón parado o entrando
dese segunda línea. Primer Espada en el Oporto, donde Mourinho
construyó un equipo rocoso donde Deco era el distinto (y que merecía
el Balón de Oro de una manera abrumadora); la adaptación perfecta a
la Filosofía Barça, donde nunca fue menos que los mejores, el
sentir que estabas viendo a un jugador distinto.
Personalmente,
no recuerdo otro jugador que aunara tantas cualidades con tanta
brillantez. Hablamos por aquí hace poco de Gundogan, que posee
varias de las cosas que hemos dicho de Deco. El tiempo dirá si llega
al éxito del portugués.
Se nos
va Deco y el fútbol hoy es menos arte. Se va un jugador inmenso.
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